Que nos encierren a todas

manupalmer
7 min readApr 23, 2021
Tiziana Fabi/AFP/Getty Images

Voy a decir algo controvertido. Echo de menos la cuarentena. Echo de menos la tranquilidad que daba el tener que levantarte y no hacer más que quedarte en casa y si eso, ir a la compra. Nada más. Fuera reuniones, recados, compromisos, fechas de entrega.

No me malinterpretéis, siempre me he considerado una persona bastante casera pero rechazar cualquier oportunidad de ocio, por mucha pereza que me diera algunos días, no solía entrar en mis planes antes de la pandemia. Pero como ha pasado con numerosas cosas, la pandemia ha cambiado todo. En mi caso, como decía, me sentía habituado a ese ritmo de vida o eso quería creer. Ya no solo el ritmo normal del día a día de una persona adulta (levantarse, trabajar, hacer la comida, etc.) sino más allá. Ir al gimnasio, comer sano, estar a la última, comprar en rebajas, escuchar esa artista de moda, el último programa del podcast más moderno, recomendar esa obra de teatro de la que todo el mundo habla y además liga por alguna app.

Esa dictadura social es, en muchas ocasiones, generada y aumentada por las redes sociales. Una obligación para sentirte parte del grupo y jamás descolgado, no vaya a ser que la gente piense que no molas.

Como decía, la cuarentena lo cambió todo, empezando de manera muy sutil. Cuando pudimos volver a pisar las calles tras algo más de dos meses de encierro, sentía que me costaba un poco retomar el ritmo. ‘Normal’, pensé, ‘estamos todos empezando de 0’. Los meses pasaron y el ritmo de consumo volvió a los estándares habituales pre-pandemia, a una velocidad de vértigo. Yo seguía en marzo de 2020. Los medios hablaban de ‘fatiga pandémica’. Sería eso, seguro.

Mi primera señal de alarma llegó en otoño. En el programa de Youtube ‘Este es el mood’ emitido sobre esas fechas, la cantante y actriz Angy habló largo y tendido sobre la ansiedad y resumió su cuarentena así:

“A mí me vino bien encerrarme, la verdad. Ver que se paró el mundo y no tenía que hacer nada. Me vino bien para la ansiedad, no tenía que estar haciendo cosas todo el rato como cuando iba a trabajar. Todo el mundo se había paralizado”

Quizás el hecho de haber trabajado en la producción y realización de este programa y haber estado presente en el momento de la entrevista haya hecho que me impactara más aún pero fue un punto de inflexión que me hizo reflexionar. Me di cuenta de que me pasaba lo mismo.

Es algo similar a lo que ha comentado la artista Samantha Hudson numerosas veces tanto en sus Stories:

“Hoy me sentía un poco chof, algo normal, pero a mitad de la tarde he empezado a sentirme un poco culpable. -…- No me apetecía hacer nada y sin embargo tenía la necesidad imperiosa de tener que hacer cosas. -…- Estar siempre alegre es imposible porque la sociedad no nos deja. Cómo vamos a estar contentas si estamos a 40 horas explotadas en el trabajo y asfixiadas”

Como en GenPlayz:

“Estoy superprecaria trabajando 40 horas sin ningún minuto libre, estoy con millones de problemas que no puedo gestionar porque estoy ahogada con el trabajo, no tengo tiempo de nada… Como no sabes gestionar esas cosas te buscas un problema exterior con una fácil solución. Por ejemplo, me compro un pimentero eléctrico pero sigo igual en el fondo”

Como en el podcast que tiene en Netflix o en entrevistas a medios, extrapolándolo esta vez al terreno sexual (“Esta vorágine de sexo desenfrenado más que bien, hace mal. Ver el sexo como una conquista y como algo para reafirmarte y volcar todas tus carencias me parece bastante problemático y negativo”). Esto último, por cierto, da para un libro aparte.

Los hechos que tanto Angy como Samantha (personas jóvenes de dos generaciones distintas, la primera millenial, la segunda zeta) parecen reafirmar es que el ritmo actual, el que había antes de la pandemia y el que hay ahora es insostenible. Y estoy seguro que tú, amiga que estás leyendo esto, opinas de manera similar. Para ello quiero que te hagas las siguientes preguntas y, si quieres, te respondas mentalmente. ¿Sufres de cansancio a menudo? ¿Duermes bien? ¿Tiras de algún medicamento para el insomnio? ¿Has sufrido algún ataque de ansiedad en el último año? ¿Tienes FOMO (Fear of missing out)? ¿Has pensado últimamente que “no podías más”? Cuando llegas a casa, ¿te apetece ponerte a hacer la cena o prefieres pedir a domicilio? Podría continuar pero creo que intuyes por dónde van los tiros.

Salvo en el caso del FOMO (que quizás no esté tan presente en otras ciudades como lo está en Madrid, donde nací y vivo), las respuestas que me han dado al resto de preguntas personas cercanas a mi entorno en las últimas semanas han confirmado lo que venía mascando desde hace un año. Estamos todas agotadas. No podemos tirar más del carro. A una situación ya de por sí precaria para casi cualquier persona menor de 35 en nuestro país, se le suma una inestabilidad aún mayor derivada de la pandemia. Lo que viene a ser hacer malabares sobre los malabares.

No fue hasta hace un par de semanas cuando me llegó el golpe de efecto que me hizo reconocer la situación en la que estaba inmerso. Y fue tan simple como viendo ‘Ugly Betty’ en la tele gracias a una plataforma de streaming junto a mi compañero de piso. Sí, es una serie que habla sobre la superficialidad del mundo de la moda y en cómo la industria usa a las personas para su propio beneficio dejando a un lado la personalidad y sentimientos de cada uno. Y sorprendentemente no fue eso lo que me hizo salir de la burbuja de confusión en la que estaba metido.

El servicio en el que se incluye la serie, Disney+, incluyó este contenido y decenas de series y películas más a la vez de golpe y porrazo. Horas y horas de material audiovisual. Un montón de novedades y cosas más antiguas. A eso le sumamos todas las plataformas que ya hay en el mercado (Netflix, HBO, Filmin, todas las que quieras) llenas de opciones aún pendientes por ver. Fulanito te ha recomendado tal miniserie y en tus redes no dejan de hablar de esa otra película que acaban de estrenar y sin embargo, te sientas en el sofá y te pones a ver ‘Ugly Betty’, una serie que ya viste en su día, que sabes lo que ocurre, cómo acaba y que no destaca por sus inquietantes guiones ni su profunda fotografía, pero que te apetece ver porque sí, porque es lo que te pide el cuerpo y no lo que te dicta un algoritmo basado en tu comportamiento en la app.

Este consumismo voraz es algo que de hace un tiempo para acá cada vez impera más en las plataformas de contenido audiovisual. Tragamos series como quien come comida rápida sin siquiera digerirla. Por supuesto que nos gusta pero apenas lo disfrutamos. ¿Por qué todo el mundo había visto ‘Gambito de dama’ en el intervalo de una semana? La moda del ajedrez duró ¿cuánto? ¿Un mes? ¿Alguien se acuerda de ‘Game of thrones’? Podemos decir que los hábitos de consumo están cambiando o podemos afirmar que ahora se produce contenido únicamente apto para un consumo rápido al ritmo imperante que marca la vida actual. Y sin embargo, muchas veces cuando estás hasta arriba de todo lo único que te apetece es sentarte en el sofá y tragarte la serie que has visto 17 veces y que te devuelve a tu zona de confort. A la que te hace recordar tiempos mejores. Lejos de presiones absurdas y de manuales de estilo.

Hace poco, leía por Twitter un comentario que decía algo así como “Llego tarde pero no me ha gustado el vídeo de C. Tangana”. Como si el vídeo o la opinión fueran a caducar. O este día del libro he leído “Tengo miles de libros pendientes pero me quiero comprar otro” y creo que esa es la clave para entender la situación en la que estamos. Necesitamos más, siempre más, y lo necesitamos ahora porque mañana será tarde. Más libros, y más series, y más eventos, y más ropa, y más citas y todo ya mismo. La cultura del consumo y el capitalismo han entrado en lo más profundo de nuestras vidas bien agarradas de la mano y se han posado sobre nuestras cabezas con pose triunfalista.

El uso que hacemos de redes sociales tampoco nos ayuda psicológicamente. Lo que antes eran espacios para compartir nuestra vida con nuestros amigos mediante fotos o vídeos, han ido mutando progresivamente en un escaparate donde uno muestra lo que sabe, lo divertido que es o la creatividad que desprende (si no se ha convertido en un estercolero de opiniones negativas. Hola, Twitter). Y todos caemos en el juego de mostrar lo mejor de nosotros porque no sabemos cómo salir de él. Un paseo por TikTok de apenas media hora me hace salir de la app sintiéndome un fracaso por no ser atractivo, por no saber usar de manera inteligente el último meme e incluso por no tener conocimientos sobre metafísica. O lo que es lo mismo, por no ser productivo para la app. No me caben en los dedos de las manos los días de este año en los que me he comparado con alguien en alguna red social y me he sentido mal por sentir que no había hecho nada productivo en todo el día por muchas tareas que haya completado. ¿Recordáis a Samantha antes diciendo “No me apetecía hacer nada y sin embargo tenía la necesidad imperiosa de tener que hacer cosas”? Si no produces algo, no vales. Y el sistema está tan arraigado en nuestro cerebro que incluso nos hace sentir mal. Y tenemos que recordarnos más a menudo que es perfectamente válido pararte y ponerte a mirar el techo de tu casa mientras piensas en tus cosas.

El sobreestímulo que tenemos al alcance de nuestra mano es tal (tener una cita, ir al cine, jugar a videojuegos) que lo raro es que no nos bloqueemos más a menudo. Y si no lo hacemos, poco nos falta. Lo que está claro es que el sistema capitalista actual nos está costando poco a poco nuestra salud.

Si no hacemos algo, el ritmo vertiginoso en el que nos encontramos se convertirá en un problema de salud mental más normalizado de lo que ya está. Porque no es normal tomar ansiolíticos o pastillas para el insomnio para poder hacer frente al día de mañana. O eso, o viene otra cuarentena para calmar nuestra ansiedad.

--

--